En plena crisis económica, los merenderos han emergido como un símbolo de resistencia y solidaridad en Argentina. Estos espacios comunitarios, que tradicionalmente ofrecen comidas y bebidas asequibles, han ganado un nuevo significado en un contexto en el que la pobreza y la desigualdad han aumentado significativamente. A medida que la inflación y la escasez de alimentos afectan a la población, los merenderos han convertido sus locales en centros de apoyo y solidaridad. En ellos, personas de todas las edades se reúnen para compartir comida, historias y esperanzas.
Es vital comprender la profundidad de las consecuencias de una inadecuada nutrición en los niños, sector etario con mayor exposición a la crisis. “Un niño que crece sin los nutrientes que necesita no podrá desplegar al máximo su potencial. Su salud integral se ve comprometida, es decir, no sólo su talla o su peso se ven afectados, sino también el desarrollo de su cerebro y del resto de sus órganos, así como su salud mental: un niño con hambre tiene mayor predisposición a sufrir desgano y apatía generalizados, ansiedad y depresión.”
El informe del Estado Mundial de la Infancia 2019 revela que, en 2018, casi 1 de cada 5 niños y niñas menores de cinco años en América Latina y el Caribe tenía retraso en el crecimiento, emaciación o sobrepeso, o una combinación de estos. En nuestro país, la pobreza y la indigencia según el informe del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina alcanza al 57,4% para Enero. Números que exponen la ardua tarea a la que se enfrentan diariamente los merenderos.
En este sentido, los merenderos han ganado un nuevo significado en un país que enfrenta una crisis económica y social profunda. Estos espacios comunitarios han convertido su función en un refugio emocional y social para las personas que más lo necesitan. Demuestran a diario ser un ejemplo de cómo la comunidad puede unirse para superar los desafíos.